J. González Maestro, Crítica de los géneros literarios en el Quijote. Idea y concepto de «Género» en la investigación literaria, Editorial Academia del Hispanismo, Vigo, 2009, 544 págs.
Jesús González Maestro, profesor de Teoría de
la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo, ha publicado en 2009 el séptimo volumen que completa su obra Crítica de la Razón Literaria, bajo el
título de Crítica de los géneros
literarios en el Quijote. Idea y concepto de «Género» en la investigación
literaria. Con este proyecto tiene la finalidad de presentar el sistema
filosófico fundado por Gustavo Bueno Martínez, el Materialismo Filosófico, como
Teoría y Crítica de la Literatura y, en el tomo que nos ocupa, como Teoría de
los Géneros Literarios y como Crítica de los Géneros Literarios en el Quijote. Desde esta perspectiva, el
autor intenta establecer una Teoría de la Literatura desde la Ciencia y la
Filosofía, basándose exclusivamente en los postulados de la razón, porque «el
objetivo de la Teoría de la Literatura es demostrar que la Literatura es
inteligible […] La literatura no es un enigma inexplicable ni un discurso
insoluble en la razón, aunque la obra de muchos “teóricos de la literatura” sí
sea con muy excesiva frecuencia un jeroglífico incomprensible o un artilugio
retórico indescifrable» (pág. 17). Por este motivo, el autor manifiesta
abiertamente su enfrentamiento contra la «posmodernidad», ya que ésta renuncia
a pensar de una forma crítica, dialéctica y científica; y cuya fuente el
escritor identifica con el irracionalismo impulsado por personalidades tan
influyentes como Erasmo, Nietzsche, Hegel, Freud, Lacan, Barthes, Derrida,
Foucault u Ortega. De este modo afirma: «Sobremanera se fortalecen
irracionalmente los dogmas. Se critican apariencias y creencias, con cuidado de
dejar intactas las causas de los problemas, cuya solución supondría el fin de
la explotación de la miseria, es decir, la destrucción de la gallina de los
huevos de oro» (pág. 17). Por consiguiente, bajo este clima de «pobreza metodológica»,
los géneros literarios no tienen importancia, «de modo que tan literario es el Quijote o Richard III como un tebeo o una supuesta lista de la compra
transcrita en náualt» (pág. 18). En este punto, Jesús G. Maestro trae a
colación la distinción entre un arte «adjetivo» o «psicologista», que hace referencia
al arte sujeto a los imperativos de la mercadotecnia y a su uso servil, y del
que formaría parte la literatura infantil, de la cual, por otra parte, niega su
existencia: «Porque la literatura, si es “infantil”, no es literatura» (pág. 167). Y la otra forma de arte objeto de la diferenciación es el arte «sustantivo», que es aquel que supera la
prueba de la crítica y de la interpretación, aquel que «exige al ser humano una
educación científica» (pág. 304).
En suma, ésta es la tesis que defiende el escritor a partir del
Materialismo Filosófico. Este sistema filosófico sostiene que toda idea tiene
una causa y unas consecuencias materiales. Por tanto, las ideas que se basan en
una realidad que no existe físicamente son «ficciones, al carecer de existencia
operatoria efectiva» (pág. 145). De tal modo que no partir de referentes
materiales lleva al error del «idealismo» y el «psicologismo, a un mundo ideal
o psíquico, imposible de materializarse fuera de la conciencia de un individuo
que imagina y fantasea» (pág. 145). En lo que a los géneros literarios se
refiere, el autor mantiene que únicamente lo que se fundamenta en una ontología
puede ser objeto material de estudio. Por esta razón, «los géneros literarios
tienen que estar objetivados, conceptualizados y formados en sistemas de
interpretación construidos gnoseológicamente a partir de la ontología de la
literatura, es decir, a partir de la realidad de los materiales literarios
efectivamente existentes» (pág. 45).
En cuanto a la disposición de la obra, en primer lugar, expone el
Concepto (ámbito que compete a la Ciencia) de Género Literario que propugna el
Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, desde la teoría holótica
de las categorías; teoría que se encarga de establecer las diferencias
específicas dentro de las totalidades que constituyen los géneros, es decir,
aquellas diferencias que permiten delimitar las distintas partes que hay dentro
de un todo.
En segundo lugar, desarrolla la Idea (ámbito que concierne a la
Filosofía) de género literario desde el Espacio Gnoseológico, para delimitar
los géneros literarios mediante criterios «autológicos» (según el punto de
vista del autor o del intérprete de obras literarias), «dialógicos» (conforme a
un determinado gremio, escuela o movimiento) y «normativos» (atendiendo a
normas o cánones). Conviene señalar, en este punto, la defensa que hace del
canon, así como la crítica que profiere a los autologismos y dialogismos,
por tratarse de discursos que puedan llegar a ser comprendidos únicamente por
el autor o gremio creador de los mismos. Critica a aquellos que han convertido
la norma en un «valor subjetivo»: «El yo
del artista o el nosotros gregario de
tales o cuales gremios críticos se inventan un serial de normas, una suerte de
“tablas de la ley”, que naturalmente son “signo de su identidad” gremial, para
suplantar de golpe, y en nombre de los derechos individualistas de las partes
minoritarias de un todo inexistente y metafísico, al canon occidental de los géneros literarios, construido durante los
últimos dos mil quinientos años, aproximadamente» (pág. 42). Y también: «Una
norma canónica sólo se puede combatir y contrarrestar con una norma canónica
más potente y envolvente, y por supuesto mejor anclada en la realidad literaria
efectivamente existente y probada» (pág. 45) Además, «un arte sin normas es el
sueño de todo “artista” mediocre. […] He aquí el secreto, tan simple, de tanta
posmodernidad. Los malos poetas son cocineros que no desean tener entre sus
clientes a gastrónomos, sino a gente hambrienta, y de paladar embrutecido por
las necesidades más elementales e inmediatas. Los malos poetas dicen no querer
estar en el canon, porque desde su soberbia inmaculada creen con ingenuidad
pretenciosa poder llegar a ser ellos mismos la encarnación terrestre del canon,
no sólo occidental, sino universal» (pág. 91). De este modo, Jesús G. Maestro
apoya la elaboración de una Teoría de los Géneros Literarios que se fundamente
en una Poética, en unas normas comprensibles por todos. No obstante, al mismo
tiempo, considera que no todos los autologismos
y dialogismos han contribuido
negativamente a la formación del canon, a excepción de los «posmodernos». Esta
idea puede ser atrayente e incluso perniciosa para el lector, en tanto que le
da la libertad de considerar como autologismos
aquello que no alcanza a comprender. Pero también le advierte de la facilidad
con que el discurso de cualquier persona puede convertirse en un autologismo.
En tercer lugar, analiza dos enfoques desde los que abordar la
investigación sobre los géneros literarios: por un lado, el método de las
«esencias porfirianas», por el cual las esencias (en este caso, los géneros
literarios) suponen algo universal sin variación, de manera que se trata de
definir un referente por lo que tiene de invariable. Así, este método
establece, mediante las diferencias específicas, las distintas especies que hay
dentro de los géneros. El autor afirma que el método de las «esencias
porfirianas» es aquel que ha sido aplicado de forma dominante a lo largo de la
historia literaria. De ahí que haga un extenso recorrido histórico (págs.
47-141), citando a los autores que han abanderado las teorías más relevantes en
materia de los géneros literarios, al mismo tiempo que las enjuicia. En este
apartado, el género literario se presenta en función de la clasificación como
figura de los modi sciendi:
taxonomías, tipologías, desmembramientos y agrupaciones, sobre la cual Jesús G.
Maestro alega: «El resultado más habitual es el de elaborar sucesivos conjuntos
de inventarios o el de incurrir en múltiples bases de datos, acríticas e
inasimilables, cuya sistematicidad se desvanece en su enfrentamiento mismo con
la realidad de los hechos literarios, ya que con frecuencia se trata de esquemas
fuertemente teoreticistas que se derraman hasta su disolución en la falacia
formalista […]» (pág. 51). Culmina su recorrido en el siglo XX, el cual «pasará
a la historia de la teoría de los géneros literarios por haber dado el mayor
cúmulo de clasificaciones retóricas y explicaciones tropológicas que se haya
conocido jamás acerca de una genología de los materiales literarios» (pág.
141). Disiente de la obra de Nietzsche, al que califica de «tropoturgo» (pág.
113), que «anula y destruye la razón» (pág. 111) y cuyo resultado es «una
estética irracionalista, irreflexiva, puramente instintiva o impulsiva, bestial
incluso, y al cabo obscurantista, metafísica y teológica, ya que su obsesión es
la huida del mundo visible, racional y lógico, para justificarse en un submundo
o hipocosmos imaginario y delirante» (pág. 111). Junto a la descripción de cada
teoría, hallamos también su crítica, a través de la introducción, por vez
primera, del método de las «esencias plotinianas», que considera el género
«como categoría suprema», con una evolución que se materializa «formalmente en
un núcleo, un cuerpo y un curso» (pág.
19). Desde este punto de vista, lo esencial del género literario es permanente,
pero no invariable; a diferencia de lo acontecido en las «esencias porfirianas».
Hay que señalar que los rasgos definitorios del género literario están tanto en
el núcleo, como en el cuerpo y el curso. El núcleo
de los géneros literarios es lo invariable de la esencia. El cuerpo, como su nombre indica, está
formado por todo lo que materialmente envuelve al núcleo. Y el curso representa el eje diacrónico del
cuerpo. La esencia, pues, no permanece invariable, sino que el núcleo esencial
primigenio va transformándose.
Además de la novedad del método de las «esencias plotinianas», el
autor estima necesario superar el modelo genológico de Plotino, incorporando a
la dialéctica del Género y la Especie,
la Obra literaria concreta. Por ello expone, en cuarto y último lugar, la idea
y concepto de género literario desde la materia y forma literarias (o Poética Gnoseológica de los géneros
literarios), elaborada a partir de la «constitución,
determinación e integración» de
la Obra literaria, de su Género y de su Especie. Dentro de esta sección, por un
lado, encontramos la consideración de los géneros literarios desde el
Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, donde nos presenta una
categorización científica de todos los géneros y especies de obras literarias,
mediante una triple perspectiva: semiológica, a través de los ejes sintáctico,
semántico y pragmático del espacio gnoseológico; dinámica, al dar cuenta de los
cambios en el sistema; y holótica. Y, por otro lado, considera los géneros
literarios desde el Materialismo Filosófico como Crítica de la Literatura, es
decir, se presenta una poética gnoseológica desde un enfoque filosófico y
dialéctico de los materiales literarios, clasificados de acuerdo con la
perspectiva lógico-formal, que es la parte teórica; y lógico-material, que se
corresponde con la aplicación de la teoría al Quijote, obra que constituye un ejemplo pluridimensional al reunir,
«junto con sus propias especies, todos los géneros literarios posibles» (pág. 161).
En concordancia, esta aplicación de la teoría al Quijote la realiza desde lo que ha venido en denominar los «Nueve
Predicados Gnoseológicos de los Géneros Literarios». Es especialmente útil este
extenso análisis de los géneros literarios presentes en el Quijote, donde profundiza a lo largo de trescientas veintisiete
páginas en las cuestiones de mayor relevancia de esta obra. Dentro de los nueve
predicados, hallamos la «esencia o canon», el «paradigma» y el «prototipo» como
las partes necesarias, consecutivamente, del género, la especie y la obra
literaria. Jesús G. Maestro pone el ejemplo del narrador en el caso de la esencia en el Quijote: «Sin narrador, no
hay narración […] El narrador constituye por antonomasia la parte determinante
o intensional de toda obra narrativa». (pág. 169) En este apartado, explica
ampliamente las dimensiones que cobra la figura del narrador en el Quijote y
desarrolla su tesis principal al respecto, por la cual considera al narrador
del Quijote un «fingidor»: «Las cosas que cuenta el narrador del Quijote no son
como las cuenta el narrador» (pág. 203), porque él trata de hacerlas
verosímiles, ya que «el contenido de una obra de arte solo se puede tomar en
serio si es formalmente verosímil» (pág. 241). En el caso de los paradigmas, considera los siguientes: la
novela de caballerías, la novela pastoril, la novela bizantina o de aventuras,
la novela morisca, la novela sentimental o cortesana de ascendencia italiana,
la novela picaresca, la novela epistolar, el relato fantástico y la narración
autobiográfica. En cuanto a lo más original de la obra cervantina que se
reproduce en obras posteriores a ella, es decir, el Quijote como prototipo literario, lo hallamos en el
Don Quijote de Avellaneda. Bajo el seudónimo de Avellaneda debían encontrarse
allegados a los contrarreformistas, a los cuales les interesaba que don Quijote
fuese un loco de verdad, ya que no podían permitir que un cuerdo profiriese
tales críticas y que, por tanto, fuesen tomadas en serio por los lectores: «El
Quijote apócrifo se abre camino a través de la derogación y la adulteración de
partes esenciales del Quijote cervantino» (pág. 356), al presentar a don
Quijote como «un loco de veras, simple y elemental» (pág. 359), tratándose así
de « una parodia degradante, […] despectiva, menospreciadora y deformante […]
del original cervantino. […] Avellaneda se propone dañar la obra de Cervantes
[…] El objetivo es que se interprete como la novela de un necio, cuyo
protagonista es un necio también» (pág. 366). Por otra parte, las «potencias,
propiedades y accidentes» son los predicados que preconizan los cambios dentro
de los géneros y las especies a partir de obras concretas. La «Idea de Parodia»
en el Quijote es la potencia
fundamental de esta novela respecto a otras obras de su mismo género literario.
Se trata de una desvaloración paródica cuya parte principal es «el sentido crítico»
(pág. 224). En el caso de la propiedad,
es la «Idea de Locura» la que permite al Quijote ser una obra excepcional en su
especie. El autor observa que la locura es una mentira de Alonso Quijano para
poder actuar como Don Quijote, porque «la locura es una de las formas más
eficaces de sustraerse a las normas» (pág. 314-315). De este modo, don Quijote
puede «perder la cordura, pero no la razón» (pág. 258), al ser ya no un loco,
sino «un impostor y un cínico» (pág. 327). Además, «a nadie, absolutamente a nadie,
le interesa interpretar el Quijote desde la cordura del protagonista. La
Inquisición no podía tomar en serio las críticas objetivadas en este libro, a
menos que se tratara de una broma pesada, de una incómoda experiencia cómica»
(pág. 317). En este punto, sigue la tesis de Gonzalo Torrente Ballester, quien
considera la locura de Alonso Quijano una excusa «para desarrollar un juego
narrativo de consecuencias críticas devastadoras.» (pág. 317) En lo referente a
los accidentes, los ejemplos son
múltiples, al tratarse de las «partes […] distintivas de una obra literaria
concreta dadas en sí misma pero legible e interpretables en relación
intertextual» (pág. 158). Es el caso, por ejemplo, de las formas de la materia
cómica en el Quijote. Por último, los predicados «atributo o metro, facultad y
característica» son las partes integrantes de la obra. Así, el atributo o metro integra la obra en su género. Los atributos están presentes
en dos o más géneros. Son los personajes, las funciones o acciones del relato,
el lenguaje y las diferentes modalidades del discurso narrativo, el tiempo y el
espacio, entre otros. Por ejemplo, las historias intercaladas de Grisóstomo y
Marcela son metros o atributos
«subversivos» del género al que corresponden (pág. 206). En cuanto a la facultad,
ésta integra la obra en su especie. Las facultades son paradigmas
revolucionarios en la creación de una obra determinada, de manera que las
diferentes especies literarias son tratadas crítica y diferencialmente. En el
caso del Quijote, las facultades se
manifiestan «bajo la forma de literatura caballeresca, novela de aventuras,
novela epistolar, novela morisca, relato autobiográfico, novela pastoril,
novela renacentista italiana, novela picaresca y relato fantástico» (pág. 267). Conviven en constante lucha, porque Cervantes tiene la intención
de plasmar problemas complejos de la vida. El último predicado que presenta es
la característica, la cual es la
parte que integra una obra literaria determinada en sí misma, pero
interpretable en otras obras que la repiten también de manera característica,
es decir, como propias. Los ejemplos de ello son copiosos: es el caso, por
ejemplo, del uso del endecasílabo y, en el Quijote,
de la dialéctica entre política y religión, de la cual, señala cómo en el Quijote se revela el triunfo de la razón
antropológica sobre la teológica.
Por otra parte, es importante poner énfasis en su reiterado empeño en
que haya una ausencia absoluta de idealismo. No duda en rechazar por imposible
la Idea de Libertad expresada por la pastora «sofista» Marcela, al tratarse de
un «discurso completamente fraudulento», porque la «libertad solo existe en el
seno de una sociedad política (pág. 218)»: «“Yo nací libre”. ¿Nació libre?
¿Desde cuándo? ¿Libre de quién? ¿Libre de qué? […] ¿Libre de determinaciones
biológicas, sexuales, sanitarias, económicas, cronológicas, políticas y
étnicas? No cabe mayor idealismo […] La libertad es lo que los demás nos dejan
hacer […] la lucha por el poder para controlar y dominar a los demás, y de este
modo disponer del menor número posible de obstáculos para vivir en libertad»
(pág. 219). Sin embargo, si bien su planteamiento puede ser razonable aplicado
a nuestra realidad ordinaria (aunque no obstante no deja de ser un punto de
vista) no lo parece en el ámbito de la literatura, porque es precisamente la
literatura uno de los ámbitos donde el discurso puede librarse de las leyes de
la causalidad y plantear deseos como el expresado por Marcela, en la medida en
que éstos son una parte indisociable del ser humano. Me resulta confuso el
discurso del autor en este aspecto, en tanto que no comprendo si lo que Jesús
G. Maestro quiere decir, con su crítica a la Idea de Libertad en Marcela, es
que no debe existir tal discurso y, por tanto, ningún acto o texto en el que
prevalezca el sentimiento o el instinto por encima de la razón, porque todo
debe conformarse atendiendo a la materia; o que, por el contrario, el estima el
texto como ficción, y se ha dedicado a criticarlo únicamente aplicado a la vida
real. Por supuesto, si no hallamos ningún ápice de idealismo en el autor, no es
sorprendente su condena del mito de don Quijote como defensor de los derechos
humanos: « ¿Cuáles son los “derechos humanos” que respeta y defiende don
Quijote, el personaje más patológicamente egoísta y cínico que parió Cervantes
[…] ?» (pág. 272). Uno de los ejemplos que aduce es el del episodio de los
galeotes, en el cual Don Quijote pone en libertad a unos presos. El autor
entonces afirma que «don Quijote liberta a unos delincuentes» (págs. 442-443),
y añade que quienes consideran «este episodio como una muestra de que don
Quijote es defensor de los Derechos Humanos incurren en un irracionalismo
insultante a la inteligencia» (pág. 443), porque don Quijote solo defiende su
juego: «Es un fingidor y un cínico que quiere jugar en un mundo en el que sabe
que todos hacen trampa» (pág. 443). Además, de otro lado, refuta la teoría
estética del «arte por el arte» y la idea kantiana del arte como «finalidad sin
fin» por considerarlas fruto del idealismo. Considera que «Kant está reduciendo
el arte a puro psicologismo. Porque el fin del arte, entre otros muchos fines,
es el de ser interpretado lógicamente. […] Una obra de arte incomprensible no
es, ni puede ser, una obra de arte.» (pág. 297) Y más adelante: «La obra de
arte ofrece al Hombre no solamente un placer estético, algo que al fin y al
cabo no deja de ser más que una experiencia psicológica […] sino sobre todo la
exigencia racional de interpretar la obra de arte de acuerdo con un sistema
explícito de ideas y de conocimientos, lo cual constituye una experiencia
lógica, y no una mera experiencia psicológica, fenoménica o meramente
emocional» (pág. 300). En la misma línea, se halla la destrucción del “mito de
la nostalgia de la barbarie […] la añoranza de un mundo sin Justicia y sin
Estado, sin conocimiento científico […] sin voluntad de trabajo y sin
exigencias humanas, sin creencias y sin vida pasional […]» (pág.273), ante el
cual declara que “la Iglesia Católica […] ha sido y es una de las instituciones
más racionales que han existido nunca […] Hoy día la Iglesia Católica es la
institución que más y mejor sabe defender –y de hecho defiende- la razón humana
de los irracionales ataques que ésta está recibiendo por parte de quienes, sin
más alternativa que la nostalgia de la barbarie, atacan los fundamentos de la
civilización occidental» (pág. 369).
Como conclusión, cabe reseñar que para el escritor, la literatura se
interpreta desde la inteligencia y no desde el sentimiento, aunque éste también
esté presente en un grado del todo menor. Y en lo que compete a los géneros
literarios, «no hay, pues, una sustancia inmutable, aristotélica, porfiriana
incluso, que se prolongue estáticamente a través de los tiempos, sino una
sustancia actualista, plotiniana, que se transforma evolutivamente a lo largo
de las formas y los materiales literarios conservando la pertenencia o
procedencia de un tronco común» (pág. 492). En lo concerniente al valor de la
obra de Jesús G. Maestro, cabe destacar su interés por racionalizar las
cuestiones teóricas referentes a la literatura, ya que parece el único modo
factible de ordenar los materiales literarios; así como su propósito de partir
de la práctica literaria para elaborar una teoría y no viceversa. También es
reseñable el amplio recorrido histórico que elabora sobre las teorías de los
géneros literarios y la refutación de esas mismas teorías. Y, por supuesto, su
análisis del Quijote desde la
perspectiva del género ofrece información muy provechosa, ofreciéndonos el
punto de vista del autor, apoyando teorías como la ya citada de Torrente
Ballester y otras hipótesis como las de Maurice Molho sobre la Idea de Locura
en el Quijote. Además, toda su obra
es una dialéctica incesante con las teorías literarias más influyentes,
presentando cuantiosas citas y referencias bibliográficas que enriquecen su
tesis. Por otra parte, su estilo es rigurosamente científico, crítico y
racionalista en la exposición de su teoría; llegando incluso a utilizar
ejemplos de las matemáticas y la biología. Mientras que en su crítica de otras
teorías, además se muestra polémico, irónico e incluso mordaz. Es un ilustrado,
defensor fervoroso del canon, un firme valedor del Estado de Derecho y del
progreso si se parte de la razón. De este modo, el escritor afirma: «Es falaz
afirmar la supremacía de la duda, por metódica y racionalista que ésta sea,
ante todas las cosas. Descartes tuvo que clausurar sus dudas ante la evidencia
y la realidad de las verdades matemáticas» (pág. 383). Sin embargo, al mismo
tiempo, las palabras no dejan de
recordarnos que sus significados no son precisos ni inequívocos, siendo
habituales los malentendidos y, por tanto, resulta muy complejo elaborar
teorías que puedan determinar de manera incontrovertible los géneros literarios
y sus correspondientes especies, ya que la unidad de la que se parte es la palabra.
Claudia R. C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario