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8/5/16

                             PRÓLOGO A IMPERIO CURVO                                           


Hay imperios donde el canto del ruiseñor vive en el Bostezo de una niña... Hay imperios donde los enanos no corren las persianas... Hay imperios cuyos ojos nunca verán a la reina desnuda... Hay imperios que envenenan al sol con sus propias lámparas... Hay imperios donde los jardines no custodian ni una sola hoja... Hay tantos... ¡Y tan distintos! Y, sin embargo, todos soportan el lamento del pájaro. Y, sin embargo, todos son rectos:
Imperio curvo, poemario compuesto por Antonio García Villarán para la búsqueda de la Curva, que nacida de un parto fruto de una incontrolable pasión, amamanta al artista con sus senos de leche, devorando libros, discos, pinturas y a todo sacerdocio del arte y del amor. Antonio la cree su Destino, y por eso la adora y le dedica su voluntad.
Amado:

Solo por amor al imperio el ser expone su vida. Amo no es un capricho de las etimologías. Lejos de serlo, un imperio exige la salida del ser de dentro de sí para poseer un deseo sin fondo. He aquí que el poeta, ante la Reina de la Tumba, alza su poder volitivo, engendrando el espacio de tiempo ante el que querría arrodillarse: el Imperio Curvo.

Poor sick rose, no podrás entrar aquí. El Imperio Curvo es mirar una rosa hasta que llegue la tragedia, esa emoción que enlaza el alma con el misterio, "es aquello que te mira y te crea / de nuevo", el alto pensamiento ardiente, la oscuridad que va hacia la luz, el poema errante, la galaxia espiral m51. El Imperio Curvo es el mundo que te hace el amor, vivir sin creer en la muerte, un lector ciego de Krishnamurti. El Satanás de Milton, el poema "tu risa" de Neruda. La mujer que tocó la chaqueta de I. Bergman, lo que no harás hoy y que sabes que no harás nunca.

Pobre cisne enfermo. El Imperio de la Rectitud es un mundo sin preguntas donde estar con quien piensas dejar, en el que puedes adaptarte a una pequeña dicha y su tristeza, medir la simetría de los sátiros o ser contador de estrellas. El Imperio de la Rectitud es el terrible maestro del gran desprecio, el temor al instante, el ruido del instante, los dos años de trabajos forzados de O. Wilde, los ojos crueles y cansados que provocan el desmayo de la luz. El hombre que se murió porque él quiso, saber que no conocerás a Kant, los pájaros perdidos, Luis XIV, la barricada contra uno mismo, el todavía y siempre esperando. La mente que es toda lógica, de la vida que se enriquece por el amor que se ha perdido. Los pitagóricos gobernando a los seres mediante las matemáticas en la antitierra. Lo que no harás hoy y que sabes que no harás nunca.

Antonio García Villarán, "ave que nació para alegrarse" (W. Blake). El sol vertido en sus venas esparce el alto placer que nace del vientre albergue de nuestro deseo y necesidad. Aún la nueva mañana no ha desengañado al visitante de la aurora, pues afirma el mundo, cultivando el poder de la rosa que crece en una sorpresa perpetua. Su respiración son partículas de ídolos que entusiasman al mundo cuando salen de su voz en insaciables destellos de éxtasis; aquella luz creadora de las cosas, que es punto culminante de la articulación de los elementos. En su Imperio Curvo, se doblan las páginas de los poemas favoritos, las parejas se conocen en la red, se invita a cenar a los poetas que se admiran, se leen cuentos mientras se cocina.

A discursos de siglos y rimbombancias, tiene respuestas que caben en una canción. No construye cansados grandes reinos ni emprende búsquedas forzadas, sabe que la fruta está oculta en la simple flor, que no es trabajo de siglos, que hay que estar preparado para la espontaneidad; y ésta no habla lenguas olvidadas en un "castillo que desaparece".

Para él la vida es una imaginación, "Nada más. / Mucho más que un sueño", el sueño como la dimensión más importante de su existencia; la vejez, un momento para escribir sobre un loco cuerdo caballero andante o Crítica de la Razón Pura; la muerte, la muerte de mis amantes, las muertes inmortales de Sócrates, Séneca y Cicerón, la muerte de Pedro Casariego Córdoba.

Algunos lo conocen con el nombre de un tipo de artrópodo crustáceo, porque se extiende con ramificaciones que parecen patas, por todo cuanto curioso y de inquietante dulzura existe. La exaltación de su afectividad es tal que su plenitud enriquece todos los medios de expresión mediante el arte de la comunicación y la adivinación. No es de extrañar verlo con máscara de artista plástico el lunes, perfopoeta el martes y, en fin, de teórico, amante, profesor, cibernauta, editor o escultor el resto de la semana. ¡Tan polifacético es como su adorado E.T.A. Hoffman!
Abre las puertas de todas las habitaciones de las personas, buscando ver. Y cuando esto sucede, extrañísimo milagro, entonces sube a estas criaturas en un lugar elevado para que todos los demás puedan ver también el movimiento especular. Cuando tiene la intuición de que hay verdad ante lo que se encuentra, no duda. He aquí que esta excitación de la vista dio a luz sinergias artísticas entre grandes poetas, músicos y pintores.
Del palacio profundo de la pena, de leer el mundo de forma equivocada y ocupar un lugar erróneo, se deja seducir por poètes maudits que esconden el sol por el placer de llorarlo. Pero en su imperio el amor ni castiga ni hiere: nunca guarda pétalos. Tampoco la belleza duele ni aburre, más bien se parece al vino. En el reino de los significados vacíos en expansión, donde "no hay guerras de serpientes / que ganar", halla lo cierto en la diversidad de los lirios raros, reivindicando los pequeños pensamientos, las idealidades inocentes e inocuas y los deseos necios, dejando la verdad fuera en un acto de generosidad. Conoce que el caos es la interpretación del goce vital y él quiere ver la Locura.

Un enjambre de rosas silvestres
trepan por nuestras piernas
para cubrirnos de luna.

Es dueño de lo que hoy es y una vez fue nada más que la sombra de un cíclope o pensamientos llenos de inmensidad: siempre hace algo para que la vida vague en las cosas. Encierra en un "Palacio de invierno" los hermosos engendros por pudor, como una de esas habitaciones navideñas cálidas y alegres en medio de la nieve; mientras juega con las cabezas del azar y se libera con estos ensimismamientos del tiempo, al que hace heridas con botas de siete leguas, porque siempre está preparado para crear gigantas, al modo en que las retratara Baudelaire.

Los tiempos lloran como siempre han llorado, pero su imperio es el del amador que tiene las puertas abiertas a los días inefables, es el poeta del sí lo harás, porque su destino se ha desintegrado en miles de chispas que curvan la melodía de la tristeza, "gota de ácido / en la mitad exacta / del océano". Es profeta de proyectos desmesurados y su adicción a la perfección es tal que curva todos los elementos de su imperio; a pesar de las inclemencias del sol y la lluvia, no hay arista que no haya sido limada. Todas las generaciones comprenden la importancia de curvar las sillas, los muros e incluso los libros. El Arte de la Curva, no obstante, respeta todas las geometrías. A las mujeres, las deja tal y como están.
Tiene esa virtud, regalo de los magos, de saber nacerse de repente. Cuando "no queden raíces", mayor será su acaricia con la balada de sus manos, para salvar el espíritu de la vida. De su cabeza quita cada día las espinas, tejiéndose una corona infantil y empuñando un cetro con la cabeza del gran búho. 

las luces reflejadas en el río
caminan hacia nosotros

Antonio nunca ha sido un dibujante de peces: no puede deshacerse de la poesía y el cuerpo humano. Ambos se desnudan ante él para tentar el abrazo de los viejísimos de la imaginación que arrastran sus maletas llenas de picardías y cosas muy astutas y rojas. Más bien tapa los ojos a sus alumnos para que vean gusanos y caracoles mientras se deslizan sobre sus manos. O hace chorrear el jugo de la fruta madura en sus bocas, mientras descubren el otro lado de la pluma en la mano. Sus teorías plásticas las recopila con títulos como El maestro escarabajo o el método de la lógica borrosa.

Pone el amor en un acantilado, sin esperar respuestas. Siempre sabe qué tiene que hacer, y logra dotar a la existencia del enigma de la Importancia. Está convencido de que para ello, en el trabajo, hay que practicar la esjolé griega, traducida como "ocio".  Convertirlo en "el Jardín" de Epicuro, donde éste instruía sobre la vida feliz a todo el que quisiese, sin importar que fuese hombre, mujer o esclavo. Antonio está dispuesto, no lo dudo, a completar sus cartas perdidas, pero no escribiéndolas como hiciese Lucrecio, sino viviéndolas. De academicista solo tiene el desprecio por los agonistas: el conocimiento empieza en el sentimiento, decía Da Vinci. Sabe que mandar es más difícil que obedecer, y "que salvar una vida / también te ata a ella / para siempre." Nunca está demasiado ocupado para concebir sueños de fe, tratando de que no haya caminos multitudinarios sin amor: "el infinito son lenguas de agua / que habitan en tus ojos". Adora la compañía del ser y posee el don de dar cuando se encuentra creando a sí mismo lo inesperado.

Visionario del placer corporal de no agotar la vanidad del límite, mete su cabeza en la boca del cocodrilo cada día y esa entrega de su corazón al instante, le devuelve el beso de lo eterno. Deja huella en mí, porque no conoce la Cloaca Superior (L. M. Panero), porque ama el mundo y no permite que se marchite: dibuja al hombre más dichoso que pueda encontrar en su más dichoso momento. Porque es, en fin, el visitante de la aurora "sin dejar de saberse oscuridad"; porque ignora la intromisión del Odio, protagonista de la variedad que posee el Universo. Lo erróneo y lo decepcionante, las formas destructoras son solo otra fuente de inspiración para crear la alegrísima eternidad: hasta la lluvia sirve para que sonría la tierra.

Pero tratemos de comprender mejor los conceptos de la Curva y la Rectitud. "Dios hizo al hombre recto", dicen hebreos y cristianos, y así también refranes, la rae, Hegel, Platón, Buda, Dante. Krishnamurti enseña a sus fieles el recto pensar; para Agustín, lo recto era la aspiración al Cielo, lo curvo, el egoísmo del hombre inclinado hacia la tierra. Lutero, por su parte, compara al hombre con un palo curvo al que llama krumm, doblado sobre sí mismo e incapaz de amar a nadie. Tal es la nada desdeñable tradición de la rectitud, por la cual se copula lo recto con lo justo y verdadero, y siendo hijas etimológicas de ella lo "correcto" y el "derecho" y, por tanto, vinculado al freno de las pasiones humanas: ¡Qué hubiera sido de Séneca, si hubiera sido limitada la envidia de Nerón! Y desde aquí trazamos una línea de pensamiento para llegar a quienes consideran que solo quien sigue el camino recto, privándose de la curva natural del cisne que es la duda, es capaz de hacer la gran obra; y este no es otro que el ideario de totalitarismos y timocracias. La hechicera Medea, pronunciaba así en su venganza: "Mejor es el camino más recto, en el que soy más experta, y su muerte con pócimas causar." Ni que decir tiene, que en todos ellos los desvíos son calificados con el término de "torcido", y sus connotaciones más ampliamente negativas en comparación con lo "curvo". En base de todo ello, Javier Solórzano escribe Por qué la luz no dobla las esquinas.

Y sin embargo, coge un espejo y desmiente. Stephen Hawking, el mejor sabio en estrellas, dijo que "el universo es infinito, curvo y sin fronteras". Einstein pensaba exactamente lo mismo. La línea recta, como nosotros la conocemos, no existe; no es más que una ilusión óptica. Cada recta que vemos no es sino un segmento muy diminuto de un círculo. Todo es curvo, decía Bernhard Riemann: los rayos de luz, las élices de la vía láctea, la propagación del sonido, la tierra, el viento, los astros, las células, las bacterias, los virus. En fin, todas estas cosas insondables. Entendemos pues que la curva es el verdadero principio que sostiene la vida y será Nietzsche quien recoja en Así Hablo Zaratustra el concepto, en boca de un enano, para engendrar lo dionisiaco: "Todas las cosas derechas mienten, murmuró con desprecio el enano. Toda verdad es curva. (...) Curvo es el sendero de la eternidad." Afirmación en torno a la que desarrolla su teoría esférica del eterno retorno aconsejando: "vive tu vida de manera tal que la quieras volver a vivir". Curva de nuevo. Y sigue en Más allá del bien y del mal: "la curva es el camino de lo concreto a lo infinito dota­dos de inquietantes accesos a todo lo que seduce, atrae, co­acciona, subyuga, enemigos natos de la lógica y de las líneas rectas, ávidos de lo extraño, exótico, monstruoso, curvo, de lo que se contradice a sí mismo."

Pero ilustrándonos con algo menos abstracto como es el rostro humano, las cejas rectas están desprovistas de influencias sentimentales, acercándose más a la perversidad e inflexibilidad del carácter; mientras que unas cejas bien curvadas son reflejo de duda, suavidad y empatía. Aún el rictus apretado de la boca indica agresividad verbal, mientras que la boca excesivamente oval es símbolo de placeres orales. Y fijémonos en la mujer embarazada y cómo la vida en estado latente cobra forma ovalada en su estómago. O analizando a los muertos, uno de sus signos ineludibles es la rigidez de sus músculos, desprendiendo a las articulaciones de su antigua movilidad.

O acerquémonos al arte. Aún la mayor purificación del alma tenía lugar en los ondulantes anfiteatros. Y aún las cúpulas catedralicias, hijas del Renacimiento, eran concebidas como analogías del cielo. Véase también la representación de la sensualidad y los placeres terrenales a través de las curvas en El jardín de las delicias o la tensión emocional y ese "siento" de la escultura Laocoonte y sus hijos, que si bien descansa en una estructura básica de triángulo y líneas rectas, lo que insufla la tensión emocional y el hálito vital es precisamente la percepción del retorcimiento del mármol. En la escultura, el vástago tiene que ser recto por la gravedad, pero la curva tiene que ser superficial. De lo que decimos que todo lo que está vivo se muestra curvo y descansa sobre una base recta. Y así lo que superficialmente tiene más parecido a su estructura profunda recta, entonces decimos que es frío, porque carece de ese aspecto de humanidad.

Amado lector, soberano del peregrinaje, por último, has de ser advertido del peligro de caer preso en el amor a la curva y acabar siendo emperador sin haber buscado una corona. La curva es siempre verdadera y muy dulce, y sus ondulaciones tienen un canto elevado, sublime y serenísimo, pues es heredera de campos de sueños y es muy amada por su madre naturaleza. Y es que la vida misma de los hombres y aún de los animales, si bien lo observamos, siente el deseo por el imperio, desde la flor al hielo: los niños con sus juegos, los adultos con sus trabajos y los viejos con sus maladies. Todos quieren su imperio. No sabemos si el de la Condesa Báthory, con sus baños en sangre de doncellas, era curvo o recto. Lo que está claro es que no son todos los imperios iguales, por mucho que digan los tópicos literarios. Es, por todo ello, que la suerte ha dispuesto que este sea el momento oportuno en que el emperador te abra las puertas de su deseado imperio. Y aquí te aguardan astrales fines. Vale.

Claudia R. C.


 



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