PRÓLOGO A IMPERIO CURVO
Hay imperios donde el canto del ruiseñor vive en
el Bostezo de una niña... Hay imperios donde los enanos no corren las
persianas... Hay imperios cuyos ojos nunca verán a la reina desnuda... Hay
imperios que envenenan al sol con sus propias lámparas... Hay imperios donde
los jardines no custodian ni una sola hoja... Hay tantos... ¡Y tan distintos!
Y, sin embargo, todos soportan el lamento del pájaro. Y, sin embargo, todos son
rectos:
Imperio curvo, poemario
compuesto por Antonio García Villarán para la búsqueda de la Curva, que nacida
de un parto fruto de una incontrolable pasión, amamanta al artista con sus
senos de leche, devorando libros, discos, pinturas y a todo sacerdocio del arte
y del amor. Antonio la cree su Destino, y por eso la adora y le dedica su
voluntad.
Amado:
Solo por amor al imperio el ser
expone su vida. Amo no es un capricho
de las etimologías. Lejos de serlo, un imperio exige la salida del ser de
dentro de sí para poseer un deseo sin fondo. He aquí que el poeta, ante la
Reina de la Tumba, alza su poder volitivo, engendrando el espacio de tiempo
ante el que querría arrodillarse: el Imperio Curvo.
Poor sick rose, no podrás entrar aquí. El Imperio Curvo es mirar
una rosa hasta que llegue la tragedia, esa emoción que enlaza el alma con el
misterio, "es aquello que te mira y te crea / de nuevo", el alto
pensamiento ardiente, la oscuridad que va
hacia la luz, el poema errante, la
galaxia espiral m51. El Imperio Curvo es el mundo que te hace el amor, vivir
sin creer en la muerte, un lector ciego de Krishnamurti. El Satanás de Milton, el
poema "tu risa" de Neruda. La mujer que tocó la chaqueta de I. Bergman,
lo que no harás hoy y que sabes que no harás nunca.
Pobre cisne enfermo. El Imperio
de la Rectitud es un mundo sin preguntas donde estar con quien piensas dejar,
en el que puedes adaptarte a una pequeña dicha y su tristeza, medir la simetría
de los sátiros o ser contador de estrellas. El Imperio de la Rectitud es el
terrible maestro del gran desprecio, el
temor al instante, el ruido del instante, los dos años de trabajos forzados de
O. Wilde, los ojos crueles y cansados que
provocan el desmayo de la luz. El hombre que se murió porque él quiso, saber que no conocerás a Kant, los pájaros
perdidos, Luis XIV, la barricada contra uno mismo, el todavía y siempre
esperando. La mente que es toda lógica, de la vida que se enriquece por el amor
que se ha perdido. Los pitagóricos gobernando a los seres mediante las
matemáticas en la antitierra. Lo que no harás hoy y que sabes que no harás
nunca.
Antonio García Villarán, "ave que nació
para alegrarse" (W. Blake). El sol
vertido en sus venas esparce el alto placer que nace del vientre albergue de
nuestro deseo y necesidad. Aún la nueva
mañana no ha desengañado al visitante de la aurora, pues afirma el mundo, cultivando
el poder de la rosa que crece en una sorpresa perpetua. Su respiración son partículas de ídolos que
entusiasman al mundo cuando salen de su voz en insaciables destellos de
éxtasis; aquella luz creadora de las cosas, que es punto culminante de
la articulación de los elementos. En su
Imperio Curvo, se doblan las páginas de los poemas favoritos, las parejas se
conocen en la red, se invita a cenar a los poetas que se admiran, se leen
cuentos mientras se cocina.
A discursos de siglos y rimbombancias, tiene respuestas que caben en una
canción. No construye cansados grandes reinos ni emprende búsquedas
forzadas, sabe que la fruta está oculta en la simple flor, que no es trabajo de
siglos, que hay que estar preparado para la espontaneidad; y ésta no habla
lenguas olvidadas en un "castillo que desaparece".
Para él la vida es una
imaginación, "Nada más. / Mucho más que un sueño", el sueño como la
dimensión más importante de su existencia; la vejez, un momento para escribir
sobre un loco cuerdo caballero andante o Crítica
de la Razón Pura; la muerte, la muerte de mis amantes, las muertes
inmortales de Sócrates, Séneca y Cicerón, la muerte de Pedro Casariego Córdoba.
Algunos lo conocen con el nombre
de un tipo de artrópodo crustáceo, porque se extiende con
ramificaciones que parecen patas, por todo cuanto curioso y de inquietante
dulzura existe. La exaltación de su afectividad es tal que su plenitud
enriquece todos los medios de expresión mediante el arte de la comunicación y
la adivinación. No es de extrañar verlo con máscara de artista plástico el
lunes, perfopoeta el martes y, en fin, de teórico, amante, profesor,
cibernauta, editor o escultor el resto de la semana. ¡Tan polifacético es como su adorado E.T.A. Hoffman!
Abre las puertas de todas las habitaciones de las
personas, buscando ver. Y cuando esto
sucede, extrañísimo milagro, entonces sube a estas criaturas en un lugar
elevado para que todos los demás puedan ver
también el movimiento especular. Cuando tiene la intuición de que hay
verdad ante lo que se encuentra, no duda. He aquí que esta excitación de la
vista dio a luz sinergias artísticas entre grandes poetas, músicos y pintores.
Del palacio profundo de la pena, de leer el mundo de forma equivocada
y ocupar un lugar erróneo, se deja seducir por poètes maudits que
esconden el sol por el placer de llorarlo. Pero en su imperio el amor ni castiga ni hiere: nunca guarda
pétalos. Tampoco la belleza duele ni aburre, más bien se parece al vino. En el reino de los significados vacíos en
expansión, donde "no hay guerras de serpientes / que ganar", halla lo
cierto en la diversidad de los lirios raros, reivindicando los pequeños
pensamientos, las idealidades inocentes e inocuas y los deseos necios, dejando la
verdad fuera en un acto de generosidad. Conoce que el caos es la
interpretación del goce vital y él quiere ver la Locura.
Un enjambre de rosas silvestres
trepan por nuestras piernas
para cubrirnos de luna.
Es dueño de lo que hoy es y una vez fue nada más que la sombra de un
cíclope o pensamientos llenos de inmensidad: siempre hace algo para que la vida
vague en las cosas. Encierra en un "Palacio de invierno" los
hermosos engendros por pudor, como una de esas habitaciones navideñas cálidas y
alegres en medio de la nieve; mientras juega con las cabezas del azar y se
libera con estos ensimismamientos del tiempo, al que hace heridas con botas de
siete leguas, porque siempre está preparado para crear gigantas, al modo en que
las retratara Baudelaire.
Los tiempos lloran como siempre han llorado, pero su imperio es el del
amador que tiene las puertas abiertas a los días inefables, es el poeta del sí lo harás, porque su destino se ha desintegrado
en miles de chispas que curvan la melodía de la tristeza, "gota de
ácido / en la mitad exacta / del océano". Es profeta de proyectos
desmesurados y su adicción a la perfección es tal que curva todos los elementos
de su imperio; a pesar de las inclemencias del sol y la lluvia, no hay arista
que no haya sido limada. Todas las generaciones comprenden la importancia de
curvar las sillas, los muros e incluso los libros. El Arte de la Curva, no
obstante, respeta todas las geometrías. A las mujeres, las deja tal y como
están.
Tiene esa
virtud, regalo de los magos, de saber nacerse de repente. Cuando "no
queden raíces", mayor será su acaricia con la balada de sus manos, para salvar
el espíritu de la vida. De su cabeza quita cada día las espinas, tejiéndose una
corona infantil y empuñando un cetro con la cabeza del gran búho.
las luces reflejadas en el río
caminan hacia nosotros
Antonio nunca ha sido un dibujante de peces: no puede deshacerse de la
poesía y el cuerpo humano. Ambos se desnudan ante él para tentar el
abrazo de los viejísimos de la imaginación que arrastran sus maletas llenas de
picardías y cosas muy astutas y rojas. Más
bien tapa los ojos a sus alumnos para que vean
gusanos y caracoles mientras se deslizan sobre sus manos. O hace
chorrear el jugo de la fruta madura en sus bocas, mientras descubren el otro
lado de la pluma en la mano. Sus teorías plásticas las recopila con títulos
como El maestro escarabajo o el
método de la lógica borrosa.
Pone el amor en un acantilado,
sin esperar respuestas. Siempre sabe qué tiene que hacer, y logra dotar a la
existencia del enigma de la Importancia. Está convencido de que para ello, en
el trabajo, hay que practicar la esjolé
griega, traducida como "ocio".
Convertirlo en "el Jardín" de Epicuro, donde éste instruía
sobre la vida feliz a todo el que quisiese, sin importar que fuese hombre,
mujer o esclavo. Antonio está dispuesto, no lo dudo, a completar sus cartas
perdidas, pero no escribiéndolas como hiciese Lucrecio, sino viviéndolas. De
academicista solo tiene el desprecio por los agonistas: el conocimiento empieza
en el sentimiento, decía Da Vinci. Sabe que mandar es más difícil que obedecer,
y "que salvar una vida / también te ata a ella / para siempre." Nunca
está demasiado ocupado para concebir sueños de fe, tratando de que no haya
caminos multitudinarios sin amor: "el infinito son lenguas de agua / que
habitan en tus ojos". Adora
la compañía del ser y posee el don de dar
cuando se encuentra creando a sí mismo lo inesperado.
Visionario del placer corporal de no agotar
la vanidad del límite, mete su
cabeza en la boca del cocodrilo cada día y esa entrega de su corazón al
instante, le devuelve el beso de lo eterno. Deja huella en mí, porque no
conoce la Cloaca Superior (L. M.
Panero), porque ama el mundo y no permite que se marchite: dibuja al hombre más
dichoso que pueda encontrar en su más dichoso momento. Porque es, en fin, el visitante de la aurora "sin
dejar de saberse oscuridad"; porque ignora la intromisión del Odio,
protagonista de la variedad que posee el Universo. Lo erróneo y lo decepcionante, las formas destructoras son solo
otra fuente de inspiración para crear la alegrísima eternidad: hasta la lluvia
sirve para que sonría la tierra.
Pero tratemos de comprender mejor
los conceptos de la Curva y la Rectitud. "Dios hizo al hombre recto",
dicen hebreos y cristianos, y así también refranes, la rae, Hegel, Platón, Buda, Dante. Krishnamurti enseña a sus fieles
el recto pensar; para Agustín, lo
recto era la aspiración al Cielo, lo curvo, el egoísmo del hombre inclinado
hacia la tierra. Lutero, por su parte, compara al hombre con un palo curvo al
que llama krumm, doblado sobre sí
mismo e incapaz de amar a nadie. Tal es la nada desdeñable tradición de la
rectitud, por la cual se copula lo recto con lo justo y verdadero, y siendo
hijas etimológicas de ella lo "correcto" y el "derecho" y,
por tanto, vinculado al freno de las pasiones humanas: ¡Qué hubiera sido de
Séneca, si hubiera sido limitada la envidia de Nerón! Y desde aquí trazamos una
línea de pensamiento para llegar a quienes consideran que solo quien sigue el
camino recto, privándose de la curva natural del cisne que es la duda, es capaz
de hacer la gran obra; y este no es otro que el ideario de totalitarismos y
timocracias. La hechicera Medea, pronunciaba así en su venganza: "Mejor es
el camino más recto, en el que soy más experta, y su muerte con pócimas causar."
Ni que decir tiene, que en todos ellos los desvíos son calificados con el
término de "torcido", y sus connotaciones más ampliamente negativas
en comparación con lo "curvo". En base de todo ello, Javier Solórzano
escribe Por qué la luz no dobla las
esquinas.
Y sin embargo, coge un espejo y
desmiente. Stephen Hawking, el mejor sabio en estrellas, dijo que "el
universo es infinito, curvo y sin fronteras". Einstein pensaba exactamente
lo mismo. La línea recta, como nosotros la conocemos, no existe; no es más que
una ilusión óptica. Cada recta que vemos no es sino un segmento muy
diminuto de un círculo. Todo
es curvo, decía Bernhard Riemann: los rayos de luz, las
élices de la vía láctea, la propagación del sonido, la tierra, el viento, los
astros, las células, las bacterias, los virus. En fin, todas estas cosas
insondables. Entendemos pues que la curva es el verdadero principio que
sostiene la vida y será Nietzsche quien recoja en Así Hablo Zaratustra el concepto, en boca de un enano, para
engendrar lo dionisiaco: "Todas las cosas derechas mienten, murmuró con
desprecio el enano. Toda verdad es curva. (...) Curvo es el sendero de la
eternidad." Afirmación en torno a la que desarrolla su teoría esférica del eterno retorno aconsejando:
"vive tu vida de manera tal que la quieras volver a vivir". Curva de
nuevo. Y sigue en Más allá del bien y del
mal: "la
curva es el camino de lo concreto a lo infinito dotados de inquietantes accesos
a todo lo que seduce, atrae, coacciona, subyuga, enemigos natos de la lógica y
de las líneas rectas, ávidos de lo extraño, exótico, monstruoso, curvo, de lo
que se contradice a sí mismo."
Pero ilustrándonos con algo menos
abstracto como es el rostro humano, las cejas rectas están desprovistas de
influencias sentimentales, acercándose más a la perversidad e inflexibilidad
del carácter; mientras que unas cejas bien curvadas son reflejo de duda,
suavidad y empatía. Aún el rictus apretado de la boca indica agresividad
verbal, mientras que la boca excesivamente oval es símbolo de placeres orales.
Y fijémonos en la mujer embarazada y cómo la vida en estado latente cobra forma
ovalada en su estómago. O analizando a los muertos, uno de sus signos
ineludibles es la rigidez de sus músculos, desprendiendo a las articulaciones
de su antigua movilidad.
O acerquémonos al arte. Aún la
mayor purificación del alma tenía lugar en los ondulantes anfiteatros. Y aún
las cúpulas catedralicias, hijas del Renacimiento, eran concebidas como
analogías del cielo. Véase también la representación de la sensualidad y los
placeres terrenales a través de las curvas en El jardín de las delicias o la tensión emocional y ese
"siento" de la escultura Laocoonte
y sus hijos, que si bien descansa en una estructura básica de triángulo y
líneas rectas, lo que insufla la tensión emocional y el hálito vital es
precisamente la percepción del retorcimiento del mármol. En la escultura, el
vástago tiene que ser recto por la gravedad, pero la curva tiene que ser
superficial. De lo que decimos que todo lo que está vivo se muestra curvo y
descansa sobre una base recta. Y así lo que superficialmente tiene más parecido
a su estructura profunda recta, entonces decimos que es frío, porque carece de
ese aspecto de humanidad.
Amado lector, soberano del
peregrinaje, por último, has de ser advertido del peligro de caer preso en el
amor a la curva y acabar siendo emperador sin haber buscado una corona. La
curva es siempre verdadera y muy dulce, y sus ondulaciones tienen un canto
elevado, sublime y serenísimo, pues es heredera de campos de sueños y es muy
amada por su madre naturaleza. Y es que la vida misma de los hombres y aún de
los animales, si bien lo observamos, siente el deseo por el imperio, desde la
flor al hielo: los niños con sus juegos, los adultos con sus trabajos y los
viejos con sus maladies. Todos quieren
su imperio. No sabemos si el de la Condesa
Báthory, con sus baños en sangre de doncellas, era curvo o recto. Lo que
está claro es que no son todos los imperios iguales, por mucho que digan los
tópicos literarios. Es, por todo ello, que la suerte ha dispuesto que este sea
el momento oportuno en que el emperador te abra las puertas de su deseado
imperio. Y aquí te aguardan astrales fines. Vale.
Claudia R. C.
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